The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman (I)



Mientras escribía un trabajo sobre el movimiento Biedermeier de la literatura alemana he tenido mucho tiempo para pensar y en uno de esos momentos de reflexión me acordé de Laurence Sterne. Fue en concreto cuando hablaba del cariz autobiográfico de Bauernspiegel (Espejo de campesinos) de Jeremias Gotthelf, realmente llamado Albert Bitzius, que recordé que jamás había retomado la lectura de The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman (1759) tras mi primer intento fallido hace casi tres años. La asociación de ideas me pareció más que apropiada y me he puesto al lío aprovechando este breve periodo de descanso. 
Los parecidos entre ambos autores se limitan a que ambos eran líderes de una comunidad religiosa situada en un ambiente rural y en que sus personajes se atribuyen la autoria de su biografía, al tiempo que esta refleja en cierto modo la vida del escritor. 

Más allá, Sterne, pese a vivir casi 100 años antes que Gotthelf, va a ejercer una influencia que se va a extender durante siglos y que llegará a autores modernistas como James Joyce, E. T. A. Hoffmann o Virginia Woolf.  La más clara es el uso del flujo de pensamiento que Sterne emplea desde el mismo comienzo y que le van llevando de una historia a otra, sin acabar de narrar ninguna, como en una construcción de fractales inacabadas. En esta primera entrada voy a llegar tan solo al capítulo VII pero ha sido suficiente para darme cuenta de que el número de referencias, sátiras, burlas e influencias entre esta y tantas otras obras es casi inabarcable si no fuera por la inestimable ayuda de las notas que Robert Folkenflik añade a esta edición para guiarnos entre rayas, comas y Locke.

La dedicatoria ya es toda una declaración de intenciones de lo que estamos a punto de leer. El receptor de la dedicatoria es William Pitt, conde (Earl) de  Chatham y muy popular en la época por sus victorias en la Guerra de los siete años. Es una dedicatoria en la que Sterne habla de su enfermedad —padecía tuberculosis—, de lo poco que le gusta Sutton-on-the-Forest y de la importancia de la risa, antes de dirigir sus elogios a Pitt.
Respecto a la risa, no he podido evitar recordar aquella anécdota sobre Felipe V y Don Quijote de la Mancha que recojo a continuación:
«Cuentan que en una ocasión Felipe V ordenó detener su carroza real para observar a un joven que se paseaba leyendo un libro; pero lo extraño de ese lector era que a cada paso se detenía, cerraba el libro y comenzaba a reír a carcajadas. Por lo que el rey acotó: "Ese estudiante, o está fuera de sí o lee la historia de Don Quijote".» (Eisenberg, 1995)
Esto es lo que Sterne le pide. En la introducción, Folkenflik recoge una cita literal del autor: "I wrote, not to be fed but to be famous" y desde luego que lo consiguió.

Los cinco primeros capítulos nos sirven para no terminar de hablar de los padres de Tristram, de su concepción y del tío Toby. De momento no encuentro otro significado a las rayas distinto al que propone Folkenflik: Sterne considera que la narración tiene que ser como un diálogo entre el autor y el lector, hasta el punto de que deben usarse en el texto recursos propios de una conversación. Las rayas son, por tanto, una representación de aposiopesis y una forma de añadir insinuaciones a lo que se acaba de decir para que el lector activamente rellene esos huecos. El estilo conversacional está salpicado de un toque metaliterario bastante divertido en el capítulo IV, cuando Tristram nos dice que pese a que Horacio recomienda empezar in medias res, él va a hacer lo contrario, empezar la historia ab Ovo porque le da la gana ("[...] for in writing what I have set about, I shall confine myself neither to his [Horacio] rules, nor to any man's rules that ever lived"). Explica que esta entrada es solo para los curiosos y anima a los que no necesiten de esa información a que continúen en el siguiente capítulo. Después, cierra la puerta de la habitación —literalmente— para no molestar ni ser molestado y se pone a contarnos sus sospechas, o las sospechas de su padre, de que realmente no es hijo legítimo.

Esa es otra diferencia maravillosa con Gotthelf: Tristram no tiene miedo de hablar de nada, no es el vicario de una parroquia en medio de la nada, es un personaje y no le importa decirnos en el capítulo VII que si alguien tiene una sana fascinación por Hobby-horses (gracias a las notas, sabemos que se trata de prostitutas) y no hace daño a nadie, ¿quiénes somos nosotros para juzgarle? Debería haberle hecho esa pregunta a los censores de la era victoriana.

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