Whiplash (crítica)


Pocas películas me han impresionado tanto como dos que he visto este año: Whiplash —por la que voy a comenzar— y Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia. Distintas, en ejecución y forma, ambas películas tienen en común su planteamiento sobre el talento y sobre el proceso que el artista lleva a cabo y sufre para completar su gran obra. No son temas nuevos: por no buscar más atrás, la novela El perfume: historia de un asesino de Patrick Süskind o la película Cisne negro de Darren Aronofsky ya planteaban una situación en que la gran obra de un artista acababa suponiendo su destrucción.
Whiplash —escrita y dirigida por Damien Chazelle— cuenta la historia de Andrew Neiman (interpretado por Miles Teller), un baterista de 19 años que estudia en un conservatorio de Nueva York y la lucha de su profesor, el terrible Terence Fletcher (interpretado por un soberbio J. K. Simmons) por convertirle en el mejor del mundo, a cualquier precio.
Lo mejor que tiene Whiplash es que aprovecha hasta el último de los elementos que pone encima de la mesa: el ritmo de la música se convierte en el ritmo del montaje incluso en las escenas fuera de la orquesta, las interpretaciones de los actores guían el tono de la música (y viceversa), el título de una canción y de la película se interpone en el destino de Andrew Neiman (whiplash es un latigazo cervical, como el que sufre en el accidente de coche que tiene al dirigirse hacia el concierto). 
Por el argumento de la película e incluso los diálogos sacados de La chaqueta metálica, estoy seguro de que nadie habría dado un duro por ella. Es la atención al detalle y la solidez del montaje lo que han conseguido llevar a buen puerto un planteamiento manido y sin grandes nombres detrás de la producción (salvo Simmons), del mismo modo que una partitura puede convertirse en una obra maestra si se encuentra al intérprete adecuado.
Como he dicho al principio, J. K. Simmons está genial como maestro de métodos cuestionables. Su personaje busca la perfección, o su propio concepto de ella y proyecta esta idea sobre él mismo, sobre los demás personajes y, lo más importante de todo, sobre el espectador. 
Quizás esta idea sea la más interesante que trata la película: cómo el espectador cuestiona los métodos y empatiza con Neiman al tiempo que éste incorpora las enseñanzas de su maestro cada vez más en su vida. Realmente no conocemos nada de la vida de Neiman antes de su encuentro con Fletcher, lo que ya nos está sugiriendo que es una vida mediocre. El siguiente paso en la evolución del protagonista, y por tanto nuestra, es la escena con la familia de Neiman. Supondrá que ya no solo juzgamos discretamente el fracaso del padre como escritor sino la vida normal de los otros familiares, que celebran sus pequeños éxitos ante un Andrew asqueado.
Sin entrar en mucho detalle, desde mi punto de vista el final de la película, un aparente final abierto, supone el éxito de uno de los personajes sobre el otro, aunque queda en manos del espectador decidir quién sale ganando.
La banda sonora de la película, que naturalmente tiene un papel fundamental, es una recopilación muy buena de clásicos del jazz interpretada por la orquesta y es muy recomendable de manera independiente a la película. Podéis encontrarla en iTunes o editada por Varèse Sarabande.
Whiplash es una lección en ritmo cinematográfico y en la importancia de utilizar bien los elementos que se emplean para configurar la película que resulta en una obra cerrada de una forma magistral y produce en el espectador una sensación de satisfacción que solo se puede comparar al último tempo de una partitura bien interpretada.

Comentarios

  1. Me parece que este es el tipo de película que deben de ver los jóvenes, quienes a veces están perdidos por no sabe lo que quieren o que muchas veces se dan por vencidos, Whiplash muestra que la lucha es difícil pero vale la pena intentarlo.

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